El
escritor boliviano Arturo von Vacano (actualmente radicado en USA)
verá un segunda edición de su novela Biting Silence
en Junio de 2003, anunció Eve Marofsky, del Departamento
de Publicidad y Mercadeo de Ruminator Books de St. Paul, Minnesota.
"Los
primeros quince mil ejemplares se vendieron todos aunque no se
gastó un centavo en publicidad para ese libro", dijo
Marofsky al anunciar la nueva edición. "La de Ruminator
hace de von Vacano el único autor boliviano con una segunda
edición de un libro en este país y el autor boliviano
de mayor circulación en el mundo".
"Es
irónico, pero todavía no existe una edición
de Morder el Silencio en español", agregó Marofsky.
Escribí
Morder el Silencio en 1972, después de salir de las celdas
del general Hugo Banzer", relató a su vez von Vacano.
"Los regímenes militares hacían tan difícil
publicar en Bolivia que el manuscrito estuvo oculto en mi escritorio
hasta fines de 1979, cuando un amigo que trabajaba para un gobierno
civil me prometió publicarlo y lo hizo seis meses después".
"Lo
malo fue que Morder el Silencio se publicó en 1980, quince
días antes del Coca Golpe de García Meza. Casi nadie
vio el libro y mis amigos me contaron luego que los militares
quemaron esa edición".
"Siete
años después, y gracias a los esfuerzos de Irene
Ilton, una persona a la que vi dos veces en mi vida, Biting Silence
se publicó en Nueva York." "Y ahora, con esta
edición de distribución internacional, Biting Silence
alcanzará nuevos lectores que, como los que ya tiene, no
harán legión en el mundo pero le serán muy
fieles", acotó Marofsky.
Además de Morder el Silencio, von Vacano ha
publicado la novella Sombra de Exilio, con cuatro ediciones legales
y tres ediciones piratas, las novelas El Apocalipsis de Antón
y Los Laberintos de la Libertad, la e-novela El Malentendido en
El Aleph de España, y una docena de cuentos y relatos publicados
por varios editores en el Internet.
Qué
opinan sobre el libro:
Carlos
D. Mesa G.
Actual Vicepresidente de Bolivia. Además de ello, es uno
de los periodistas y comentaristas más importantes del
país y tal vez el de mayor prestigio. Es crítico
de cine y literatura.
Particular
interés en esta generación tiene la obra de Arturo
von Vacano, sobre todo en dos de sus novelas, Sombra de Exilio
(1970) y Morder el Silencio (1980). Vacano es uno de los portavoces
más incisivos y más coherentes de la crisis nacional,
en tanto es capaz de desnudar a plenitud la visión, amarga
pero no escéptica, de su vida como reflejo de la frustración
colectiva. Allí, el humor es una implacable sonrisa de
sí mismo y del país. Esta postura, que puede parecer
cínica, es por el contrario una revelación de la
suma de imposibilidades que la toma de conciencia conlleva. Como
retrato de un nivel, sobre todo Morder el Silencio, logra expresar
a la clase media urbana a partir de una realidad individual. En
la última obra de von Vacano vale la capacidad integradora
del lenguaje, la valentía del asco interior y del asco
de la violencia como presencia encarnada en el poder arbitrario
y bárbaro.
Extraído de: Carlos D. Mesa G.; "Apuntes para una
Visión Socio-Histórica de la Nueva Narrativa Boliviana"
(1983).
Luis H. Antezana
Escribir no es jamás un don o un regalo - menos un lujo
- para quien está inmerso y viviente en su sociedad. Cómo
se puede escribir cuando las múltiples cabezas de la hidra
social - el poder, la inmoralidad, la injusticia, el trabajo y,
aun, el amor - reclaman su parte a ese hombre que también
es un escritor. Bajo estas múltiples demandas, el "placer
de la escritura" deviene "la imposibilidad de la escritura".
El hombre que también es un escritor se pregunta: ‘Entonces,
¿dónde, en este mundo, está ‘el canto
de la sirena’?" No hay. No está. No puede estar.
Ese canto ha sido callado por el pan de cada día, por el
amor que cuida, por el amigo que engaña y traiciona, por
el poder que sólo oye y quiere su palabra. ¿Dónde
está? No está. Es una quimera, un espejismo, el
eco de lo que puede ser, pero que no es.
Y,
sin embargo, "como una música escondida", está.
Pero,
para llegar a ese canto, el hombre que también es un escritor
debe, primero, perderlo todo; poco a poco, minuciosa e irremediablemente,
debe perderlo todo. Todo debe serle arrebatado. Sobre todo, lo
que cree más suyo, más íntimo, más
secreto. Sólo así, al fin, llega a su principio:
que nada tiene, que nada puede, que nada le sucede sino éso:
ser un escritor que también es un hombre.
"Morder
el Silencio" de Arturo Von Vacano es una narración
fluida y libre - fluidísima e intensamente poética
en sus mejores momentos - que concentra las mejores dotes narrativas
de Von Vacano: ritmo, concisión, intensidad, humor, radical
crítica y autocrítica; todo ello volcado hacia el
mundo que le es más cercano: el de una vocación
literaria inmersa en la vida concreta de su país. "Morder
el Silencio", es también una de las novelas más
honestas que se han escrito indagando el lugar de una vocación
literaria en medio de un mundo volcado hacia otros fines.
Luis H. Antezana
Luis
H. Antezana es el critico de literatura más importante
del país. Es catedrático y estudioso a nivel mundial
de la política, la sociología, el arte y el fútbol,
y ha publicado y enseñado en instituciones nacionales y
extrajeras.
Un
Poema para el Libro...
Para el escritor boliviano Arturo Von Vacano, compartiendo la
solidaridad en la lucha por la verdad, la compatriota Frida A. Oswald.
Mente sin voz, mente sin “yo”
Libertad,
¿dónde estás?
el lenguaje de uno mismo- Jacques Lacan: ¿Quién
es el del espejo?
Lacan: ¿quién soy yo y dónde estoy?
el lenguaje de uno mismo- ¿acaso no es una forma natural
de expresión de
nuestra propia identidad?
¿Quién es entonces el escritor y el periodista
sino un ser obligado a reprimir esta expresión? ¿Pero
cómo? ¿No es
precisamente el periodista el que escribe, difunde y comunica?
Bolivia: represión ambiental; asfixia espiritual
mediterraneidad: clausura geográfica
no hay libertad: clausura biográfica
SILENCIO Y OLVIDO
como pienso y no escribo
como quiero y no puedo
¡Oh!... no se debe pensar!
¡Oh! ... no se debe recordar!
¡Oh! ...no se debe hablar!
¡Se debe olvidar!
No se debe escribir
Es mejor no vivir
Dignidad y libertad
Respeto a los derechos humanos
¿acaso no es esto la verdad?
Y qué es la verdad, ¿dónde está? ¿Hay
una verdad?
y en concreto todos los hermanos: los indios, los fabriles, los
mineros
los obreros, los estudiantes y los intelectuales, ¿por
qué no poder vivir?
¿escribir? - Sí, hay que escribir- ¿Dónde
escribir? ¿Cómo escribir?
¡No nos dejan escribir!
Intelectual, escritor acorralado
¿no puedes escribir?
¿te silencian la voz?
las palabras ya no te pertenecen
tu voz y tu grito,
tus ideas y frases
te las estás masticando
te las están aplastando
el silencio que debes mantener
¿no te asfixia la piel, no te corroe la mente?
¿no te estrangula el alma?
SILENCIO Y OLVIDO
como pienso y no escribo
como quiero y no puedo
¿no estás a punto de desmayar y perder el aliento?
¿no te falta el aire para vivir?
¿no te falta el escribir?
¿no es el escribir el oxígeno que pesa en tus pulmones
tal cual lo es el amar en los corazones?
¡Muerde tu silencio!
¡Muerde tu verdad!
Indio e intelectual, muerdan su silencio, traguen su verdad
Es morir o es vivir una mentira
SILENCIO Y OLVIDO
como pienso y no escribo
como quiero y no puedo
Pero, ¿que viva la PATRIA?
¡MORIR ANTES QUE ESCLAVOS VIVIR!
Mente sin voz, mente sin “yo”
Un
ensayo sobre el libro Morder el Silencio del boliviano Arturo von
Vacano
Por Ana Rebeca Parada
La
obra literaria del escritor boliviano Arturo von Vacano, en el área
de la novela, consta de tres obras: Sombra de exilio, impresa por
primera vez en 1970; El Apocalipsis de Antón, publicada únicamente
en 1972, y Morder el Silencio, en 1980 (1).
Esta última novela plantea una visión específica
del problema del escritor en Bolivia a través del tratamiento
de la experiencia individual de un intelectual en conflicto con
el medio. Es éste el aspecto que explora el presente análisis.
En el contexto literario local, la novela estaría situada
entre los textos que, esencialmente insertos en una realidad urbana,
enfocan las diversas facetas de la historia contemporánea
del país. Particularmente interesante por el uso del discurso
personal autorreferencial y por la incorporación del rasgo
autobiográfico en el espacio representacional, Morder el
Silencio presenta la característica de recrear una experiencia
adquirida en contacto con el aparato represivo dictatorial para
proyectarla a la «cerrazón social» o tendencia
histórica hacia la clausura que rige la realidad literariamente
capturada (2).
La novela desarrolla el registro que de sus vivencias hace un individuo
cuya vocación literaria y periodística y cuya concepción
de vida existen en fundamental conflicto con la represión
imperante. El texto no se limita, sin embargo, a ello y desarrolla,
también, una aguda reflexión sobre el desempeño
de una tal vocación en un medio esencialmente ajeno a ella.
A la prohibición de la palabra crítica, por un lado,
y a la indiferencia ante ella por el otro, se suman los reclamos
de la vida personal y las obligaciones destinadas a la obtención
del sustento familiar. La actividad creativa, la necesidad de escribir,
pues, pueden concretarse únicamente en fragmentos de tiempo
indefectiblemente insuficientes.
No es, por ello, extraño que las imágenes dominantes
en la novela—la Celda, la Bestia, el Canto de la Sirena—
señalen al acorralamiento del individuo, a la amenaza que
pesa sobre el libre desempeño de su vocación y a la
inflexible voluntad de retener esta última intacta.
La Celda es, a un nivel, el espacio en el que los mecanismos de
la represión entran en contacto con el individuo; es el lugar
del encierro temporal:
Había
escrito lo que era justo, pero escribir lo que es justo es un
lujo que no puede darse nadie. No había conseguido cambiar
nada escribiendo lo que es justo ni jamás lo conseguiría.
Pero había logrado molestar a algún poderoso.
De modo que la lección continuaba. Por el momento, sólo
sed y hambre. Sed y hambre de dos días, una nada. Sin cigarrillos,
una molestia. Con frío, caminando de un lado al otro en
la gran celda (p. 130).
Simboliza,
a otro nivel, la situación en la que se vive cuando se es
necesario para otros mientras se está librando una batalla
solitaria e individual; situación a la que Amor impone el
«no poder salir por la puerta prohibida de las sombras»
(p. 189). Es el ceder a la «jaula de adentro, la jaula del
Amor» (p. 250) y aceptar el silencio proveedor de seguridad
para quien se ama y de una especie de muerte en vida para quien
lo sufre. No es ajeno a la imagen de la Celda el proceso simbólico
de aniquilamiento por el que el «yo» atraviesa al haberle
sido bloqueada su libertad.
Magnificada esta sensación de encierro y clausura a su máxima
expresión, llega a concebirse al mundo mismo como una «jaula
enorme y bestial» (p. 130) en cuyo interior se nace crisálida
para nunca poder llegar a ser mariposa (p. 60); es así que
en la «avenida» por la que el «yo» va recorriendo
y reconociendo su acorralamiento «se vislumbra el muro que
no deja pasar el sol» (p. 93).
La Bestia —imagen de esa «barbarie» a la que Von
Vacano declaraba haber llegado a temer (3)— no es sólo
la personificación del origen, medios y perpetuación
de la represión; es, también, la figura dominante
en la historia de un país en el que se ha podido concebir
una «dinastía» por medio de la cual la Bestia
permanece impune en sus diversas facetas. Es, pues, la imagen del
poder adherido a una nación que no termina por serlo completamente
al no enfrentar su realidad y cambiarla (p. 233).
Es, por otra parte, la entidad frente a la cual se miden las verdaderas
dimensiones de la Vocación: esta última sobrevive,
como componente esencial del individuo, a la profunda transformación
que desencadena el contacto con el mundo sin ley ni sentido de la
Bestia. Contacto este que conduce a la siguiente afirmación:
Me
ha mostrado el mundo como es. Y es su mundo. Yo nunca podré
aceptar su mundo. Jamás podré aceptar la verdad.
Nunca dormiré tranquilo. Nunca podré confiar en
nadie. Nunca volveré a concebir mi vida como lo fui haciendo,
de lecturas, de diálogos, de búsquedas silenciosas
y esperanzadas, bellas, sutiles, sorprendentes y armónicas,
de respuestas para el eterno qué soy, de dónde vengo
y a dónde voy. Nunca.
Eso ha hecho el aliento de la Bestia (pp. 254-255).
El
Canto de la Sirena opera en estrecha relación con la escritura
y la búsqueda de la verdad. Actúa como un llamado
que, una vez inmerso en el individuo, instaura el «vicio de
escribir» y el «sino extraño, el que fuerza al
hombre a precisar de su obra, intentar su búsqueda y no hallar
paz sin haberla intentado» (p. 222). Establece, como sinónimo
de verdad, un «compromiso de cianuro» en una realidad
en la que se corrompe la verdad.
Como sinónimo de una vocación literaria, origina angustia
porque aísla a quien lo escucha ante la indiferencia de unos
y lo pone en peligro ante la amenaza de otros. Se convierte, así,
en «eco monstruoso en la cabeza» (p. 84); pero, en última
instancia, es la fuerza regeneradora que permite recomendar y que
entra en sinonimia con la vida. Por ello, el individuo puede exclamar,
una vez despojado de lo más suyo por «la zarpa monstruosa»
de la Bestia: «El Canto de la Sirena soy yo» (p. 264).
La realidad esencial de la necesidad de escribir permanece intacta.
Puede concebirse, a un nivel más englobante, al Canto de
la Sirena como el motor de la escritura y, a partir de ello, como
una presencia que convierte la novela en espacio propicio para el
pleno despliegue de su encanto. Induce a la imagen autorial que
convive con él en el texto a emprender el viaje que es, precisamente,
el de la narración (4). Inevitablemente atraído a
las profundidades que le sugiere el escucharlo, el «navegante»
emprende una persecución que es en sí misma parte
del canto. La posibilidad de penetrar la distancia que lo separa
de él convierte a ese llamado en urgencia de cantar(5).
La forma que asume la novela en tanto procesamiento de la marginación
y acorralamiento del individuo es, básicamente, una dramatización
del acto escritural dentro del enunciado originalmente creado por
el autor real (6). Esta dramatización está regida
en el texto por el esquema básico de la comunicación:
el «escritor» instaura explícitamente un diálogo
con su «lector» y organiza su narración de acuerdo
a esta relación elemental:
Haber
escrito, no para ti, sino contigo.
A medida que vas yendo de línea en línea si es que
no has escuchado mis invitaciones corteses y menos corteses para
que te marcharas, debo decirte que, así como vas leyendo,
voy leyendo contigo [;] te necesitaba (p. 263).
La
novela dramatiza, por otra parte, la lectura de sí misma,
asumiendo, al incorporar diversas imágenes del «lector»,
la crítica que prevé suscitar. Se construye, así,
el texto a partir de la dinámica del diálogo, y ésta
puede entenderse, en última instancia, como la manifestación
de una actitud polémica altamente crítica matizada
esencialmente por la autocrítica.
Así, el narrador-escritor va desarrollando una postura propia
a partir de respuestas y reacciones dirigidas a los destinatarios
de su mensaje escrito:
¿Cuál
es la alternativa?, preguntaba.
Yo sé, porque lo he sufrido ya, que habrán quienes
me critiquen y me dilapiden porque esa pregunta significa, en
cierto modo, una negativa de las alternativas.
Me hablarán de ideologías. Me contarán canciones
bravas de héroes anónimos. Me dirán que hay
que leer en libros gruesos para hallar las alternativas.
[...]
No me mientan más, Parientes (pp. 112-113).
Permea
toda la narración la conciencia de que su percepción
y tratamiento de la crisis por la que atraviesa provoca severo cuestionamiento.
Crisis ésta que emerge de sí mismo en tanto escritor
cuyo sentido del deber llama a integrarse a la lógica reacción
contra las diferentes manifestaciones de la opresión y en
tanto hombre empujado a velar por la seguridad y felicidad de quienes
conforman una básica unidad de sentido en su vida. La inserción
de voces censuradoras revela el debate interno que conlleva el aceptar
una realidad éticamente conflictiva con un conjunto de valores
inaplicables en una realidad distorsionada. La edificación
de una nueva definición personal ante esta situación
(7) figura un verdadero «proceso» al que se somete una
conciencia: asume la acusación, desarrolla su defensa y justificación
y desemboca en un dictamen íntimo que le devuelve el sentido
del control y del orden. Dictamen íntimo que consiste en
haber asumido su condición de hombre cuya única posible
entrega pertenece al Amor y cuya única dirección vital
está regida por su vocación. Todo ello precedido por
el drástico desarraigo de toda otra noción de pertenencia
o deber.
Para el desenvolvimiento de este «proceso», es de especial
interés la revisión que el individuo lleva a cabo
de su pasado y, en el seno de éste, de su obra anterior.
La discusión sobre Sombra de exilio y sobre El Apocalipsis
de Antón, que incorpora Morder el Silencio en su propio desarrollo
narrativo, concede a la novela su rasgo autobiográfico fundamental.
Al atribuirse la autoría de las dos primeras novelas de Von
Vacano, el narrador anónimo entra en relación de identidad
con el autor (8).
Pertenece esta particularidad a la orientación general de
la novela: en su totalidad, ésta proyecta un contacto inmediato
de su autor con el mundo que representa y esta situación
hace posible la aparición de la imagen autorial en el espacio
de la representación (9). El hecho, sin embargo, de que se
incluya entre los materiales incorporados en la construcción
de la novela a la experiencia personal, de que se convierta la realidad
inmediata en el objeto de la escritura y de que la narración
cobre el sentido de un diálogo dirigido a lectores contemporáneos
no varía la realidad básica de todo texto literario:
«Todo lo dado se recrea dentro de lo creado, se transforma
en él» (10). El proceso de producción de la
obra «crea algo absolutamente nuevo e irrepetible» (11)
e incluye la libertad creadora de la imaginación (12) Por
ello, el rasgo autobiográfico no puede limitarse a reflejo
o expresión de algo existente, sino que debe concebírselo
como parte integrante de una totalidad original.
Se hace mención, pues, de las dos obras previas de Von Vacano
en Morder el Silencio y se provoca, así, un enfrentamiento
entre aquéllas y ésta, un diálogo entre las
diferentes proyecciones que cada una había logrado en tanto
precedente de la que las incorpora.
Von Vacano, antes de la publicación de su tercera novela,
había comentado que Sombra de exilio es recuerdo, «relato
de lo vivido, alterado por la necesidad de afilar las puntas de
una vida tan común como cualquiera» (13), y que El
Apocalipsis de Antón es interpretación, un intento
de entender el país «aplicando la imaginación,
el malabarismo de las palabras y sublimando la realidad parcial
que veo de mi país» (14) Morder el Silencio, en renovado
afán inquisitivo, origina la necesidad de una reevaluación.
Incluye a su antecesora inmediata para replantear aspectos relacionados
con la posición ideológica; transforma un llamado
a la acción en un llamado pacifista a la conciencia:
La
Sra. Beatriz[…]: Pero... no dijo usted en el «Antón»,
página 219: «Acción. Cruzarse de brazos es
complicidad»?
Yo: Sí, pero. . .
[…]
La Sra. Beatriz: Usted se contradice.
[…]
Yo: Lo dije porque pensé que venceríamos. Pero me
equivoqué.
Yo: Era siete años más joven.
La Sra. Beatriz: Lo dijo. Se contradice. No es coherente.
[...]
Yo: [...] cuando dije que cruzarse de manos es complicidad...
Yo pensaba que podíamos vencer. Que la batalla y la victoria
eran posibles. Que se podía lavar un siglo y medio de cobardías,
mentiras y bastardías con la sangre de nuestros enemigos...
[…] Ya he visto que ése no es el camino.
Que la sangre ajena no redime (PP. 179.180).
En
relación a la apelación a la conciencia y al rechazo
a la violencia, se desarrolla un proyecto de tinte apocalíptico
que proclama la redención mediante una radical reacción
pasiva dirigida a la conquista de la dignidad y de la libertad:
Cruzarse
de manos contra el plomo asesino que dispararán nuestros
hermanos contra nosotros.
[...]
Paralizar la tierra.
No sembrar. No cosechar. No fabricar. No extraer la roca. No quemar
el mineral. No comer. No respirar.
Hasta que aprendan. Hasta que sepan que valoramos más la
muerte a nuestro modo que la vida según nos obligan a vivirla.
Cruzarse de manos y dejarse morir para conquistar la vida (PP.
160-161).
Y
más adelante:
Aunque
el odio del mundo parezca vaciarse sobre nosotros. Aunque nuestros
asesinos inunden con nuestra sangre los horizontes. Aunque la
Bestia se asfixie, ahíta, en nuestras carnes. Y aunque
el sol, aterrado, decida apagarse (PP. 162-163).
La
necesidad de devolverle a la realidad su sentido, la conciencia
de que hacerlo requiere medidas radicales y el convencimiento de
la inutilidad de la violencia desembocan en esta visión utópica
que apunta más al desesperado empeño por «limpiar»
la realidad que al diseño de una posible solución
real. Toda noción de futuro, claro, se halla, en el contexto
de la
novela, teñido del enclaustramiento aniquilante que proyecta
la visión del individuo.
La inclusión de Sombra de exilio, por otro lado, responde
a la intención de enfrentar el «yo» del pasado
con el «yo» del presente (condensadores ambos de la
imagen autorial en las novelas respectivas) y de ilustrar, de esta
manera, los efectos de una experiencia que separa dos momentos en
la actividad creativa.
Aunque Morder el Silencio se autodefine como una suerte de «continuación»
de Sombra de exilio, lo que en realidad proyecta es la voluntad
de evocar lo que una experiencia terminante ha dejado atrás;
de comparar la marca que ésta ha dejado en el «yo»
que narra, con la frescura y la agresividad del «yo»
que empezaba a vivir:
Me
he quedado allí, en esas hojas de papel sábana tamaño
oficio,
y estaré para siempre allí, adolescente atrevido,
desesperado, cínico.
Nunca más seré ése, que creyó que
la vida era una taza de leche
y se largó, porque había leído «Por
quién doblan las campanas», a ver
el mundo.
Yo consumo, con más pena que gloria, mis días entre
estas calles
de rutina adormecedora y letal (p. 60).
No
se reniega de la obra anterior, se la reevalúa a la luz de
un presente al que le ha sido arrancado su pasado por la experiencia
procesada en la novela. Así, Morder el Silencio proyecta
un otro modo de ver la realidad, un modo a través del cual
se tilda a las novelas anteriores de «tímidas, incongruentes,
oscuras, indecisas, cobardes» (p. 260) al haber sido escritas
bajo la sospecha de lo que en el presente se ha convertido en certidumbre:
el absurdo que suprime toda idea de libertad y de plena realización
para quien se halla inmerso en la inversión de la legalidad,
de la moralidad y del sentido. Sin embargo, una vez asimilada la
autocrítica a la que apunta esta revisión de su obra
anterior en el proceso de auto-redefinición, el individuo
desemboca en una actitud armónica con respecto a su propia
actividad creativa. Asume las rupturas, las disparidades, los diferentes
momentos vitales que cada una de sus obras incorpora y concluye:
A
través de mis libros, libros que he amado tanto, finalmente
conquisto hoy, en el amanecer de mi muerte, la ciudadanía
del mundo.
No he escrito bien; no he escrito todo. Ni siquiera he escrito
lo que
quise, algún día, escribir.
Pero, he escrito.
Y he aprendido que estaba en mis límites el no ambicionar
más
(pp. 222-223).
El
«viaje» emprendido por el narrador-escritor a través
del silencio aniquilador impuesto por la Bestia culmina en la aceptación
de su «muerte» y en la afirmación de su propio
triunfo sobre ella («me ha matado, pero tarde» [p. 258]).
Emerge este triunfo del hecho mismo de haber escrito, de haber registrado
las diversas facetas de la experiencia, de haber edificado, así,
una nueva percepción de sí mismo y de su relación
con el medio. «No fue fácil —afirma—. Fue
necesario un acto de fe... Este acto de fe» (p. 263).
La experiencia no es completa sin un registro que racionalice su
verdadero significado; sin un acto —en este caso, un acto
escritural— que constate la verdad esencial revelada a través
de sí mismo 15 Consiste esta Verdad esencial en haber retenido,
aun inmerso en el mismo medio y en la misma absurda realidad, lo
único que, en primer lugar, siempre había el individuo
poseído: la Vida provista de sentido por el Amor y la fortaleza
de la lucidez que provee el Canto. El narrador concluye, así,
su narración con una apertura («decirte que el camino
ha sido largo y duro, que he rechazado el silencio, que intentaré
buscarte otra vez», le dice a su «lector») que
emerge sólo a través de su radical desarraigo con
respecto a su medio:
La
Bestia me arrinconó con su fuego de odio contra la sombra
de mis cobardías y falsedades, y fue destruyendo mis más
internos ropajes. Quemó mi fe. Mi amor hacia los demás,
lo quemó.
Mi deseo de contribuir algún día con humildad pero
con certidumbre, lo quemó.
Quemó mi identidad con mi sangre (p. 261).
La
clausura así percibida no ofrece otra alternativa que la
de la partida, símbolo, en Morder el Silencio, de la erradicación
que se asume interiormente:
Voy
a inventar mi vida otra vez.
Voy a aceptar mi muerte en el mundo de la Bestia, esa muerte que
me impuso el silencio impuesto por la Bestia...
Voy a marcharme otra vez.
Yo sé que para la Bestia no hay fronteras, así que
sé que éste será un largo viaje. Y sé
que me acosará todos los días, así que estoy
dispuesto a hacerme de un mundo propio y fuerte. (p. 257).
Bibliografía
y citas..
1) Sombra de Exilio, Premio Municipal 1970 (La Paz, 1970). El
Apocalipsis de Antón (La Paz, 1972). Morder el Silencio
(La Paz: Ediciones del Instituto Boliviano de Cultura, 1980).
Citaremos por esta única edición de Morder el Silencio,
poniendo la página correspondiente entre paréntesis.
2) 2) Luis H. Antezana, «A puerta cerrada», en Presencia
(24 de mayo de 1981), Segunda sección, 1. Antezana reconoce,
en una serie temática recurrente, una «Literatura
de la clausura» y aclara que la «clausura es, sobre
todo, una mirada crítica sobre nuestra sociedad y sobre
nuestra condición humana; no es que la literatura esté
cerrada, sino la saciedad y, en ella, los seres por ella determinados».
3) «Yo gozo de escribir», «Diálogo»,
en Hipótesis, núm. 7 (t978), p. 368. «He aprendido
a contentarme con escribir para mí», comenta Von
Vacano, «y a veces parece que sólo fuera para mí,
porque he aprendido a temer a la Barbarie [...] hay en este país
oficios peligrosos y equivocados, y a mí me gusta decir
cosas cuando escribo».
4) Maurice Blanchot, «The Sirens’ Song», en
The Sirens’ Song: Selected Essays by Maurice Blanchot, traducido
por S. Rabinovitch, editado por G. Josipovici (Brighton, Sussex:
The Harvester Press, t982), p. 6t.
5) Ibídem, PP. 59-60. El texto original es el siguiente:
«This song was addressed to navigators, to daring, restless
men; and it was a kind of navigation in its own right. For it
was distance and suggested the possibility of penetrating this
distance, of turning song into the urge to sing.»
6) M. M. Bajtin, «El problema de los géneros discursivos»,
en Estética de la creación verbal, traducido por
T. Bubnova (México: Siglo XXI, 1982), p. 289. «Los
géneros secundarios de la comunicación discursiva
—dice Bajtin— suelen representar diferentes formas
de la comunicación primaria. De allí que aparezcan
todos los personajes convencionales de autores, narradores y destinatarios.
Sin embargo, la obra más compleja y de múltiples
planos de un género secundario viene a ser en su totalidad,
y como totalidad, un enunciado único que posee un autor
real.»
7) Con respecto a la definición personal que persigue el
héroe de la novela en el interior de un medio que lo oprime,
Ralph Freedman concluye que el espacio de la novela es «a
cosmos enlivened by man’s crucial activity, within and outside
history, to define himself in relation to others and to be shaped
by, even as he himself shapes, that terrifying reality outside,
with which he must come to terms». «The Possibility
of a Theory of the Novel», en The Disciplines of Critícism,
editado por P. Demetz, T. Greene y L. Nelson (New Haven: Yale
University Press, 1968), p. 77.
8) Philippe Lejeune construye su teoría del «pacto
autobiográfico» en torno a la noción de que
«ce qui definit 1’autobiographie pour celui qui la
lit, c’est avant tout un contrat d’identité
que est scellé par le nom propre». «Le pacte
autobiographique», en Poétíque, núm.
14 (1973), p. 152. Revisa, sin embargo, esta idea inicial al comprobar
la creciente ambigüedad que ofrece un gran número
de novelas en términos de la identidad entre autor y personaje:
«Du ‘mentir vrai’ á l"autofiction’,
le roman autobiographique littéraire s’est rapproché
de 1’autobiographie au point de rendre plus indécise
qu’elle n’a jamais été la frontiére
entre les deux domaines». «Le parte autobiographique
(bis)», en Poétíque, núm. 56 (1983),
p. 431.
9) M. M. Bakhtin, «Epic and Novel», en The Díalogical
Imagination, traducido por C. Emerson y M. Holquist, editado por
M. Holquist (Austin: University of Texas Press, 1983), p. 29.
10) M. M. Bajtin, «El problema del texto», en Estética
de la creación verbal, traducido por T. Bubnova (México:
Siglo XXI, 1982), p. 312.
11) Ibídem.
12) «Epic and Novel», p. 39.
13) Alfonso Gumucio Dragón, Provocaciones (La Paz: Ediciones
Los Amigos del Libro, 1977), p. 269.
14) Ibídem, pp.269-270.
15) Puede asociarse esta relación entre experiencia y escritura
que desarrolla la novela con lo que John Freccero denomina «the
novel of the self». Escribir una novela de este tipo significa
«to capture the essence of one’s experience and then
to dramatize it in terms that are intelligible to others».
En realidad, la experiencia de conversión —el abandono
del «yo» del pasado y la edificación de un
«yo» diferente a través de la revelación
de la verdad— que atraviesa el individuo que la escribe
es, simultáneamente, la experiencia de la escritura; asimismo,
para existir, una novela de este tipo depende de la conversión
de la cual es expresión. Esencialmente, se pretende, a
través de ella, establecer una relación entre la
experiencia de quien escribe y de quien la lee y, por extensión,
conducir al lector hacia su propia conversión. «Introduction»,
Dante: A Collection of Critical Essays, editado por J. Freccero
(New Jersey: Prentice-Hall, Inc., 1965), PP. 1-7.
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Quince
mil ejemplares vendidos en USA sin gastar un centavo en publicidad

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Sobre
el Autor
Arturo
von Vacano es un periodista, escritor, fotógrafo y traductor
boliviano.
Sus entrevistas, artículos y notas han sido publicados por
PARADE de Nueva York y por muchos diarios y revistas de 19 países
latinoamericanos.
Vacano vive en EE.UU. desde 1980 y fue editor de United Press International
en Nueva York y Washington entre 1980 y 1987.
Ha sido huésped oficial de Cultura Hispánica en Madrid
y Barcelona, invitado oficial de los gobiernos de México
y Canadá y trabajó en varios medios en Lima, Buenos
Aires, Santiago, México, Caracas y La Paz.
Es miembro de World Press Society de St. Paul, Minnesota, desde
1966.
Dibujo
de Diego
von Vacano, 1976
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von Vacano
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