La plata que nunca fue de Potosí Por Miguel Lora / Potosí Fotos: Esteban Cruz
El rey de montes y envidia de reyes advirtió que sus entrañas eran sagradas cuando gritó ¡Potocsi!, pero no le escucharon. Yanaconas de ayer y los indios de hoy aún padecen los efectos de la maldición lanzada hace 500 años.
La volqueta trepa vacía a 15 kilómetros por hora en pos de más entrañas del coloso y levanta a su paso una nube densa que oscurece el sol y blanquea cabello y pestañas. Camino a la antigua planta de Pailaviri de Comibol no se traga polvareda cualquiera. Es polvo real, 120 gramos de plata por tonelada de tierra en promedio. Carlos V acertó al declararle “rey de montes y envidia de reyes” porque cuatro siglos y medio después todavía seduce, esta vez a una empresa norteamericana asociada con cooperativas locales, dispuesta a procesar 7.000 toneladas diarias de sus pallacos mineralizados.
Los mineros le hicieron miles de socavones durante cuatro centurias. Prácticamente vuelto de adentro hacia afuera, el Cerro Rico de Potosí tiene hoy 510 bocaminas, muchas aún activas. Desde la base, Pailaviri, a 4.195 metros sobre el nivel del mar, parece gigante multicolor perforado como un queso. Más de 600 metros hasta la punta, a 4.792 metros; y 160 metros en el subsuelo, los dominios del Tío.
Como presintiendo un futuro colapso, su joven hijo –al que llaman Guayna Potosí, cerro menor hasta cuya ladera norte llega la ciudad– actúa como cuña de la célebre montaña rocosa habitada por hombres topo.
Es lila, rosado, púrpura, pardo, gris y dorado, colores que pinta el sol al caer sobre grandes pedregales y desmontes con ley de plata extraídos en siglos y ahora desparramados en su superficie, observaba Luis Capoche. (1) Hoy se distinguen dos franjas marcadas, ambas con contenido de plata: la rocosa cima café producto de la oxidación natural –que según Naciones Unidas tiene más de 557 millones de toneladas de reservas de roca dura con potencial minero cuantificado– y otra gris verdosa del medio para abajo, que debe su color a sulfuros de hierro, arsénico, zinc y plomo.
Desde el centro de la tierra
El Sumaj Orcko nació hace 13,8 millones de años, cuando un voluminoso cuerpo magmático de origen ígneo ascendió desde el interior de la tierra como una bola de fuego, cortando rocas y elevándose sobre la superficie. La montaña, cuerpo intrusivo y stock volcánico, desarrolló fallas geológicas y porosidades por donde ascendieron soluciones mineralizantes que formaron vetas de hasta dos kilómetros de largo y 1,5 metros de ancho. Se calcula que la mineralización en dos etapas–una de alta temperatura asociada con el estaño y otra de menor grado de calor relacionada con la plata– ocurrió hace 6 y 10 millones de años, explica el geólogo Miguel Montaño.
Las vetas tienen forma de “rosario”. Solían encontrar “clavos” muy gruesos que se perdían más abajo o más arriba, para luego volver a engrosarse. Dicho depósito tiene plata y estaño al centro y zinc, plomo y cobre en la periferia. A mayor profundidad se hallan sulfuros de estaño.
Los geólogos presumen que el cerro tenía entre 50 y 100 metros más de altura. La cima, como en toda serranía alta, estaba cubierta de nieve, pero por el calentamiento del planeta el agua congelada se escurrió fracturando y erosionando las rocas superiores. Muchos fragmentos cayeron por gravedad desde las partes altas y se depositaron en las laderas de la montaña, en la base, formando naturalmente los pallacos, material mineralizado suelto mezclado con arenas, grava y arcilla que se extiende hasta una distancia de ocho kilómetros.
Si el cerro hablara…
Antes de que le extraigan 12 millones de toneladas de roca mineralizada, una capa vegetal de thola, hicho, especie de paja larga, y yareta, musgo verde y duro como la piedra, vestía al coloso. Queda algún vestigio en la parte sur, que por pobre en mineral se salvó de la voracidad minera.
Comsur explotó 3.500 toneladas de desmontes y raspó parte de la roca en la cara oeste. Una gran depresión producida por la explotación de pallacos en las últimas seis décadas hiere la cara norte, como si un enorme roedor hubiese mordido el macizo. Decenas de improvisados caminos, que se hacen y modifican a voluntad de las vetas, surcan sus lomas desde cuatro puntos cardinales. Colina arriba el viento helado silba cuando castiga y el sol quema más que calentar.
Pastando llamas en 1545, el fuego que Gualca hizo por estos lares dejó en el suelo hilos de plata, aunque otros cuentan que, evitando un caída, el natural de Chumbivillca, Cuzco, se asió a una rama que nacía en una veta tan rica que sus hebras gruesas como una pierna corrían de norte a sur.
Gualca guardó el secreto y aprovechó su fortuna de enero a abril. Mejoró vestido, comida y amplió su mesa para los amigos, y más tarde uno de ellos le delató. El 21 de abril de 1545 el registro público anotó al capitán español Juan de Villarroel y a su yanacona Guanca como descubridores del yacimiento de plata. En febrero del año siguiente el capitán andaluz enviaba al Rey 12 mil marcos de plata exigiendo título oficial. (2)
40 mil toneladas de plata
Los invasores dejaron Porco, mina ya trabajada por los incas y hallada por los españoles en 1538, y se asentaron a los pies del Orco Poctocchi, cerro del que brota plata. Cuando obligaron a los indígenas del pueblo más antiguo de la zona, Cantumarca, a hacer adobes el ejército de Chaqui Katari se enfrentó a Villarroel y 50 indios y cinco españoles murieron. La Pacha cobraba el primer tributo de sangre española por los millones que pronto iba a dar.
Los historiadores advierten que es difícil establecer el valor actual de la plata arrancada a Potosí porque el poder adquisitivo de la moneda cambia en el tiempo. Lo cierto es que fueron millones, tantos que la célebre frase de Cervantes “Vale un Potosí” pasó a la literatura inglesa como “as rich as Potosí”.
Aunque no hay registro exacto de la plata beneficiada que salió sin pagar el quinto real (20% de la producción para el rey), el cronista Calancha calculó que desde el descubrimiento hasta 1574 se sacaron al menos 25 millones de pesos. Arzans de Orsúa y Vela estima que de 1545 a 1705, en 160 años, el cerro dio 3.200 millones de pesos ensayados, 20 millones por año.
Según un informe elaborado en 1784 por Lamberto Sierra, tesorero de Potosí, de enero de 1566 a diciembre de 1783, la Corona recibió 151,7 millones de pesos y los mineros algo más de 820,5 millones, monto superior al metálico circulante en todos los estados europeos de la época.
El inglés José Petland calculó 40 mil toneladas de plata pura. Gastón Arduz Eguía, 706,3 millones de onzas troy finas desde 1556 hasta 1799, el 20% de la producción mundial en 244 años. Si se suma lo extraído en los primeros años de explotación y en los primeros de la República, la cifra sube a mil millones de onzas troy finas, es decir 28.300 toneladas. (3)
La plata americana elevó los precios en Europa, fenómeno que comenzó en España, pasó al oeste de Rusia y llegó hasta el imperio turco. Los dependientes de rentas fijas podían comprar menos que antes; los comerciantes tuvieron grandes oportunidades. Terratenientes y campesinos no sabían qué hacer, mercaderes y banqueros ingleses y españoles se enriquecieron prestando efectivo a España. Y así el capitalismo avanzó. Tan importante fue el coloso minero que el mapamundi chino lo registró como Pei-tu-his y hasta las monjas de la Encarnación no resistieron de hacerse de una veta.
En la boca del infierno
Desde lo alto del lado oeste, el pallaco Huacajchi se descuelga hasta la quebrada, antiguo hábitat de viscachas, búhos, pequeños lagartos y liebres. Hoy es la zona más rica, de 200 a 300 gramos de plata por tonelada, casi nada en comparación con el antiguo esplendor. En 1545 se calculaba una ley de 1.500 a 1.900 onzas por tonelada. Tan rico fue el mineral que de un quintal se sacaba medio quintal de plata y 50 pesos ensayados. Debido a la alta ley, durante las dos primeras décadas de explotación hornos rudimentarios de arcilla denominados huayrachinas fueron suficientes para beneficiarlo. Según Vicente Cañete 6 mil hornos se alimentaban con yareta, el mejor combustible en la Colonia. Entre 1571 y 1582 consumieron casi todos los hichos que ornaban la superficie del cerro. (4) La primera crisis minera preocupó cerca de 1566, cuando se acabó la “tacana”, plata nativa a flor de tierra. En 1571 Pedro Fernández de Velasco enseñó en Perú un nuevo método con azogue y sal para extraer de las rocas la plata que las huayrachinas ya no podían fundir. Los desmontes tenían de 10 a 12 pesos por quintal de ley y 16 beneficiados con mercurio.
Cicatrices del antiguo trajín minero quedan por todas partes. Desde lo alto del sudoeste se divisa una zanja que quiebra la cumbre. Es un rajo abierto de explotación colonial, cuando la cacería de indios para la mita de Toledo hizo decir a Fray Domingo de Santo Tomás que Potosí era la “boca del infierno”. Miles perecían por el inhumano trato y la fatal “neumoconiosis”, la primera “enfermedad profesional en América”. Los nuevos mitayos
Tierra valiosa, pero mortal. En 458 años la codicia se pagó con muerte. Hoy un perforista está listo para conocer al Tío en persona a los 30, mientras sus mujeres, las palliris, se ganan la vida como “esclavas de los tiempos presentes”, a decir del padre Gregorio Iriarte.
Manquiri, subsidiaria de la empresa norteamericana que explotará los pallacos del cerro, calcula que 8.558 personas dependen de la producción de plata y zinc en cooperativas. De ese total, más de 3.800 son peones, los mitayos del siglo XXI, cuya esperanza de vida no supera los 45 años por el gran esfuerzo físico que realizan en el empobrecido yacimiento, y en precarias condiciones de trabajo. En Caracoles, por ejemplo, operan a dos mil metros de profundidad, con poco oxígeno y bastante humedad.
Algunos acceden a tecnología rudimentaria, otros aún perforan a pulso, incapaces de pagar de cinco a siete dólares hora por el alquiler de una compresora. 90% perfora sin protección, aspirando polvo.
Los nuevos mitayos del campo son contratados a jornal por cooperativistas. Para ascender a socios deben pagar una garantía que oscila entre 100 y 600 dólares, dependiendo del tamaño de la cooperativa. Por jornal sin horario fijo en interior mina reciben de 35 a 45 bolivianos. Trabajan hasta 12 horas y con capataz.
Muchos llegan de Tinguipaya, el municipio más pobre de Bolivia, para trabajar de heladeros, q’uepiris o peones mineros. “Lo minero es cuestión de emigrantes que viven aislados, al margen de Estado y del municipio”, explica Samuel Rosales, sociólogo y filósofo formado por la Iglesia para ayudar a esta gente, quien ha hecho un estudio que demuestra que la composición demográfica en Potosí ha cambiado. La nueva generación vive una cultura agraria en el seno de la ciudad; “aprendió estrategias de sobrevivencia pues la minería no cubre sus necesidades”. Por eso mantienen vínculos con sus comunidades; la producción de papa, haba, chuño y maíz subvenciona su actividad minera deficitaria.
Jardín de niños en las alturas
De rostros morenos y mejillas quebradas por el eterno invierno, una veintena de niños de dos a 12 años desayunan maicena con canela mientras tres voluntarias cocinan fideo para el almuerzo. Son hijos de guardas, mujeres que trabajan por poca paga cuidando bocaminas y herramientas de las 28 cooperativas que operan en el cerro. Algunas viven en chozas de piedra, sin agua ni energía eléctrica. Las ONGs Care, Voces Libres, el programa PAN y Etesa armaron una guardería en el mismo cerro para dar educación a sus niños, acostumbrados a deambular vendiendo a los turistas colecciones de metal. Se los ve por Pailaviri, donde Comibol horadó hasta 160 metros de profundidad debajo del coloso formando cerros de colas con sulfuro de hierro que destilan ácido cuando la lluvia los moja.
Según Albertina Puqui, responsable del programa de Voces Libres que apoya a 370 menores trabajadores, algunos niños hacen de chasquiris o carretilleros, aquellos que cargan el mineral desde interior mina. Son contratados como jornaleros por días o semanas y pueden ganar 10 bolivianos, y de 25 a 30 los adolescentes por laborar de ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Suben al cerro comiendo pequeño almuerzo de carbohidratos y aprenden a pijchear con alcohol desde temprana edad.
Un ejemplo de expoliación
Desde la cumbre, corona rocosa conquistada por antenas de televisión, la disposición de la urbe confirma que poco deja a sus hijos el famoso e inacabable Cerro Rico, maravilla del mundo y alegría de quienes surcaron el mar en procura de su acendrada plata. La explotación del macizo financió campañas de conquista del imperio español y estimuló la revolución industrial, pero hoy sus habitantes apenas costean la sobrevivencia.
Potosí produjo en la década del 90 un promedio de 250 mil kilos finos de plata anuales, pero recibió no más de 5,2 millones de dólares al año en impuestos y regalías por la explotación de zinc, oro, plata, plomo y otros minerales. En 1990 el valor bruto de la producción de plata de las cooperativas y la minería chica sumó 8,8 millones de dólares. Ese mismo año, la Villa obtuvo apenas 200 mil dólares de regalías por la producción del codiciado metal.
El departamento, principal productor de minerales, generó entre 1988 y 1992 la quinta parte del total nacional de divisas. Hoy la producción de plata representa casi el 60% de la producción total y sigue en ascenso desde 1990.
En 1989 las exportaciones potosinas representaron el 21,6% del total nacional, pero sus importaciones significaron apenas el 1,4% del total. Y la tendencia se mantiene. (Ver cuadro).
Cerro hermoso que dio plata a los reyes de España; durante la República alimentó a oligarcas; a la burocracia después de la revolución; y en los últimos tiempos, a transnacionales asociadas con oligarquías en formación. Paulina López, presidenta de la Asociación de Palliris y Guardas del Cerro Rico, tiene un mal recuerdo del Presidente, cuando su empresa se llevó gran parte de los desmontes y cerró el paso a sus compañeras. “Grave hemos combatido contra Comco. Al cerro ha venido (Goni) como civil, con camisita y pantalón blanco a investigar. Yo trabajaba en Yanacocha y ahí me dijo: ‘Señora, qué está haciendo’. Estoy trabajando, pero ¿quién es usted, por qué me pregunta?, le dije. ‘Ya no van a trabajar; esperen un poco, van a mejorar’, me respondió. Quiero encontrarme con él para hacerle recuerdo”.
Fuentes: 1. Relación general de la Villa Imperial del Potosí, Luis Capoche, Ed. Atlas, Madrid, 1959. 2. Historia de la Villa Imperial de Potosí, Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, Providence, 1965. 3. Potosí, Patrimonio cultural de la humanidad, Comsur, Santiago, 1988. 4. Guía de la Provincia de Potosí 1787, Pedro Vicente Cañete y Dominguez, Col. Escritores de la Colonia, Ed. Potosí, 1952. Además: Potosí, Patrimonio de la Humanidad, Wilson Mendieta Pacheco, Ed. El Siglo, Potosí, 1988 / Potosí histórico y artístico, Mario Chacón, 1977. / Anuario Estadístico Minero Metalúrgico 2000. / Potosí, pobreza, género y medioambiente, CEP, Ed. Muela del Diablo, 1998 / Potosí 1600, Ramón Rocha Monroy, Ed. Alfaguara, La Paz, 2002. / Archivo Histórico de la Casa Nacional de Moneda de Potosí.
La Villa congelada en el tiempo
La que fuera augusta y rica Villa de Potosí, orbe abreviado, hoy apenas crece, como si el aliento glacial de la cordillera oriental le hubiera congelado en el tiempo.
Se edificó sin orden y a gran prisa. A 28 años del descubrimiento del cerro, el censo ordenado por el Virrey Toledo contabilizó 120 mil personas, entre indios y españoles. En 1611 se contaron 150 mil moradores y en 1650, 170 mil almas en 17 mil casas. A mediados del siglo XVII, Potosí era la mayor de América del Sur, una de las más populosas del mundo con cerca de 200 mil habitantes, cuando las colonias de Virginia y Massachusetts apenas balbuceaban. En la actualidad, en la capital viven 133 mil personas.
Tierra de gran altura, rodeada de esparto y envuelta en perpetuo viento que en invierno hiela y en verano resfría, en más de 40 años de fundación no permitió que niño español alguno naciese en sus dominios, hasta que Leonor de Flores domó el mal temple. La mujer tuvo doble mérito: inventó una empanada con caldo caliente que cocía en el lapso de un Padre Nuestro y 12 Avemarías y parió en 1598 a Nicolás Flores, el primer criollo nacido en Potosí.
Los cronistas cuentan que en 1792 una tormenta de granizo y piedrecillas mezcladas con tierra destrozó todos los cristales de la Casa de Moneda, en cuatro horas todas las casas quedaron sin techo, y en la Plaza del Gato los indios volaron con sus quitasoles. El viento furioso que reinaba de mayo a septiembre nunca acariciaba y todo secaba, pero conservaba la salud y preservaba de corrupción a los cerros de basura acumulada en laderas.
A fines del siglo XVI habían 14 escuelas de baile y 36 casas de juego. Sus habitantes afanados por riqueza eran amigos de música y festines, de ánimos sumamente liberales y “algo dados a gustos venéreos”. A principios del siglo XVII se instalaron en la Villa 800 tahúres profesionales y 120 célebres prostitutas, entre ellas la temible Doña Clara, de riqueza y belleza sin par. Pululaban vagabundos, gente perdida que vestía con lujo, fulleros que comían y bebían en exceso.
En las ferias y comercios indígenas apenas se podía andar. La venta de mercancías era tan lucrativa que los arrogantes españoles se hicieron mercaderes y hasta tenderos. Peruleros les decían a los mercaderes aventureros que llegaban de Brasil. Una tradición cuenta que la bahía de Copacabana en Río debe su nombre a un perulero encantado por el santuario del Titicaca. Por influencia de Potosí el sur se llamó Argentina y Río de la Plata el camino que conducía al tesoro.
La peor fuente de males traída por los españoles fue el “complejo” por el dinero, móvil que hizo de esta tierra un verdadero polvorín. En 1586 los mestizos se amotinaron para no ir a la mita; los sastres se fueron a las armas en 1604 y hasta los frailes agustinos soportaron amonestación gubernamental por haber resistido a la justicia “con espadas desnudas”.
Son pocas las alhajas para una madre que fue nervio principal del imperio español. No queda edificio suntuoso –a excepción de la Casa de Moneda y los templos– en un pueblo siempre habitado por tratantes que van y vienen. Los cementerios suelen ser evidencia de antiguo esplendor, pero ni eso queda en Potosí, lamenta Olga Flores, pedagoga de Care. Tras cuatro centurias y media de explotación, ocho de cada 10 potosinos son pobres, 50% casi indigente.
126 millones de onzas más
La Empresa Minera Manquiri, subsidiaria de Coeur D’alene Mines Corporation –principal productora de plata primaria de Estados Unidos– se asoció con siete de las mayores cooperativas mineras que operan en el Cerro Rico para producir plata en lingotes y concentrados de estaño con una inversión superior a 70 millones de dólares.
No es la primera vez que ocurre; en 1585 los españoles se asociaron con indígenas para explotar vetas del macizo. Sin embargo, a diferencia de otras inversiones, los cooperativistas aportan al proyecto –denominado San Bartolomé– sus derechos mineros sobre pallacos sin enajenarlos y bajo la modalidad de riesgo compartido.
Esta característica única de alianza social, dicen los ejecutivos, permitió que los mineros asociados reciban hasta ahora 1,2 millones de dólares como canon mensual de pre-producción.
Manquiri construirá una Planta de clasificación, trituración y molienda que enviará por cañería pulpa de mineral hasta una planta de lixiviación edificada cerca de Comco. En la parte baja de Huacajchi construirá diques de colas para almacenar materiales sin utilizar químicos. El proyecto incluye el traslado de la contaminante Plahipo a un lugar más seguro y la limpieza de pasivos ambientales.
La empresa quiere explotar recursos mineralógicos de plata y estaño contenidos en pallacos, desmontes y en otros recursos localizados en torno al cerro. Se calcula que esos yacimientos contienen 126 millones de onzas de plata. Por cada tonelada de tierra hay entre 100 y 140 gramos en promedio. Explotando 7 mil toneladas por día, las reservas minables alcanzan para 10 años de operación.
Será explotación a cielo abierto, sin uso de explosivos, con 300 empleados y a 14 metros de profundidad en los pallacos Huacajchi (sudoeste), Santa Rita (noreste), Diablo Este y Diablo Norte. El proyecto no tocará la roca dura y no afectará la estructura del cerro. “Manquiri asegura nuestro futuro, tiene capital y ayuda. Antes estábamos en la calle y ahora tenemos oficina propia”, asegura Pedro Fernández, miembro de la cooperativa Rosario, arrendataria de 74 hectáreas en la cara noreste del cerro y ahora socia de la empresa.
En los últimos seis años Manquiri dio a Rosario 1000 dólares al mes y al empezar 15 mil. Son 40 dólares mensuales para cada uno de los 30 socios. Para Fernández, que tiene siete hijos, fue una salvación.
Cuando San Bartolomé marche –en el tercer cuatrimestre de 2005, si todo sale bien– Comibol y las cooperativas recibirán el 4% de las ventas brutas o alrededor del 40% de las utilidades. En total, Manquiri estima pagar 7,1 millones de dólares a las cooperativas y 9,7 millones de dólares a Comibol en 10 años.
Durante la fase de Operación, la empresa estima pagar 12,5 millones de dólares en impuesto complementario minero para Potosí, y generar 250 empleos directos y 600 indirectos.
Según Jaime Villalobos, director de la consultora a cargo, el proyecto contempla también la instalación de una industria de platería en Potosí orientada a la exportación. “Ante la falta de oportunidades, que alguien nos ofrezca un poquito más ya despierta expectativas”, asegura Samuel Rosales, asesor de los mineros.